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Entre el futbol y la moda.
La pasión por el fútbol y la moda parecía una contradicción en la vida de Romina. Creció en un barrio de Montevideo donde el olor a choripán en los domingos de partido era tan común como el grito de gol. Su padre, un fanático de Nacional, vestía la camiseta tricolor como una segunda piel. Romina, en cambio, soñaba con las pasarelas, con tejidos fluidos y diseños atrevidos que veía en revistas escondidas bajo su cama. En su casa, la «ropa» era sinónimo de la camiseta del equipo.
Cuando terminó el liceo, Romina eligió estudiar Diseño de Indumentaria, una decisión que su familia, aunque no entendía del todo, respetó. Pasaba horas bocetando, experimentando con patrones y texturas. Mientras sus amigos hablaban de tácticas de juego, ella disecaba la evolución del traje sastre o la influencia de la cultura pop en las colecciones de alta costura.
Un día, una famosa marca deportiva, con raíces uruguayas y una ambición global, lanzó un concurso para jóvenes diseñadores. El desafío: crear una línea de ropa que fusionara la identidad del fútbol con la moda urbana contemporánea. Romina, inicialmente escéptica, se sintió intrigada. ¿Cómo unir el fervor de la tribuna con la elegancia de un corte?
Se encerró en su taller, que olía a café y tela recién cortada. Empezó a observar viejas camisetas de fútbol, no solo por sus escudos, sino por sus costuras, sus telas transpirables, los números y nombres que se convertían en gráficos. Analizó las banderas de las hinchadas, los cánticos que resonaban en los estadios, la forma en que la gente se movía y celebraba.
Su propuesta fue audaz: chaquetas bomber con forros inspirados en los mosaicos de los estadios, pantalones cargo con bolsillos estratégicos para el celular y las entradas, camisetas oversized con tipografías de dorsales de jugadores legendarios reimaginadas artísticamente, y, la joya de la corona, una serie de buzos con capuchas forradas con los colores vibrantes de las principales hinchadas uruguayas, pero con un diseño minimalista y materiales de alta calidad. El logo de la marca se integraba sutilmente, casi como un detalle de autor.
Cuando presentó su colección, los jueces quedaron sorprendidos. Era una fusión inesperada que honraba la tradición futbolística sin caer en clichés, llevando la pasión del tablón a las calles con un estilo innegable. Romina ganó el concurso.
La línea de ropa fue un éxito rotundo. Se agotó en las tiendas y se convirtió en un ícono de moda en Montevideo y más allá. Romina vio cómo sus diseños eran usados por jóvenes en conciertos, por artistas urbanos y, sí, incluso por algunos de sus propios familiares que antes solo usaban la camiseta oficial.
Ver a la gente en la calle luciendo sus creaciones, llevando con orgullo esa fusión de su pasión, le dio a Romina una felicidad que superó cualquier desfile de alta costura. Había logrado algo único: vestir el alma de un país futbolero con la elegancia que siempre había soñado. Su armario, antes dividido entre el gris de la fábrica y el brillo de las revistas, ahora era un crisol de ambas pasiones, y en el centro, destacaba aquella bomber con el forro de mosaicos, la prenda que la hizo finalmente entender que la verdadera moda no solo se viste, se vive, y que a veces, la pasión más auténtica se encuentra donde menos la esperas.
KIMARA (echo con amor)