Mi ropa soñada

El murmullo de la Singer antigua era la banda sonora de la infancia de Elena. Entre retazos de tela estampada y el aroma a plancha caliente, soñaba con vestidos que parecían sacados de revistas francesas, siluetas elegantes que veía fugazmente en la televisión uruguaya. Su madre, costurera talentosa pero práctica, cosía uniformes escolares y arreglos sencillos para el barrio. Para Elena, la ropa era más que una necesidad; era una expresión silenciosa, un lenguaje que aún no podía hablar.

Creció en Montevideo con la certeza de que la «ropa soñada» era un lujo inalcanzable. Trabajó en una fábrica textil desde joven, sus manos ásperas acostumbrándose a la monotonía de las máquinas. Compraba lo indispensable, priorizando la funcionalidad sobre el estilo. Pero en secreto, guardaba recortes de revistas, bocetos rápidos en servilletas, alimentando la llama de su deseo.

Un día, un pequeño subsidio inesperado llegó a sus manos. No era una fortuna, pero era más dinero del que había tenido disponible para sí misma en años. Por primera vez, la idea de comprar algo «lindo» dejó de ser una fantasía distante. Dudó. ¿Invertir en algo más práctico? ¿Arreglar el viejo sillón de la sala? Pero la imagen de aquel vestido de crepe color esmeralda que había visto en una vidriera hacía meses la perseguía.

Con el corazón latiéndole fuerte, se dirigió a la boutique del centro. La vendedora, con una sonrisa amable, la guió entre percheros llenos de texturas y colores. Elena se sintió fuera de lugar al principio, casi culpable por permitirse ese capricho. Pero al tocar la suavidad de la seda, al ver su reflejo en el espejo con un vestido de lino que le sentaba como un guante, algo dentro de ella se desbloqueó.

No compró el vestido esmeralda, era demasiado para su presupuesto inicial. En cambio, eligió un conjunto de pantalón palazzo de un suave azul y una blusa de seda color arena. Piezas versátiles, elegantes, que se sentían como una segunda piel. Al salir de la tienda con la bolsa de papel entre sus manos, Elena sintió una ligereza que no recordaba.

Ese conjunto no solo transformó su armario, sino también su actitud. Empezó a caminar con más confianza, a permitirse pequeños gestos de cuidado personal. En el trabajo, sus compañeras notaron el cambio, la elegancia discreta que emanaba de ella. Elena descubrió que la ropa, esa ropa que tanto había soñado, era una herramienta poderosa para construir la imagen que tenía de sí misma.

Los años pasaron. Elena cambió de trabajo, persiguió otros sueños, pero nunca olvidó la sensación de aquel primer conjunto. Con cada pequeño logro, se permitía una nueva prenda especial, construyendo un guardarropa que reflejaba su crecimiento y su amor por la belleza.

Hoy, Elena es una mujer realizada. No solo tiene la «ropa soñada» que tanto anheló, sino que ha comprendido que la verdadera felicidad no reside en la posesión, sino en la libertad de expresarse, de honrar sus deseos y de sentirse cómoda y segura en su propia piel, vestida con las elecciones que la hacen sentir, simplemente, ella misma. Aquella niña que soñaba entre retazos sonríe ahora cada vez que abre su armario, un testimonio de que incluso los anhelos más silenciosos pueden tejer una historia de profunda satisfacción.

KIMARA (echo con amor)

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